Con este artículo continuamos una serie de reflexiones sobre uno de los temas más confusos e intrincados de nuestra cultura: la agresión, la agresividad y la violencia.
El término agresión procede del latín aggredi que posee dos acepciones. La primera significa "acercarse a alguien en busca de consejo"; y la segunda, "ir en contra de alguien con la intención de producirle un daño".
En ambas la palabra agresión hace referencia a un acto efectivo. Luego se introdujo el término agresividad que, aunque conserva el mismo significado se refiere no a un acto efectivo, sino, a una tendencia o disposición. Así, la agresividad puede manifestarse como una capacidad relacionada con la creatividad y la solución pacífica de los conflictos. Vista de éste modo la agresividad es un potencial que puede ser puesto al servicio de distintas funciones humanas y su fenómeno contrapuesto se hallaría en el rango de acciones de aislamiento, retroceso, incomunicación y falta de contacto.
Lo maligno
Frente a esta agresividad que podríamos llamar benigna, existe una forma perversa o maligna: La violencia. Con esto queda claro que no se puede equiparar todo acto agresivo con la violencia. Esta queda limitada a aquellos actos agresivos que se distinguen por su malignidad y tendencia ofensiva contra la integridad física, psíquica o moral de un ser humano.
En otras palabras, desde nuestro punto de vista no constituye violencia la descarga de un cazador contra el animal que desea cazar con la finalidad de saciar el hambre o mantener el equilibrio ecológico. Por otra parte, siempre constituirá violencia, como su nombre lo indica, el acto de violación sexual.
Esto nos permite introducir otros elementos para reconocer al acto violento: su falta de justificación, su ilegitimidad y/o su ilegalidad. Ilegítimo por la ausencia de aprobación social, ilegal por estar sancionado por las leyes.
Casi exclusiva
La agresividad puede ser detectada en toda la escala animal, no así la violencia, casi exclusiva del ser humano.
Como ustedes saben, es sumamente raro que un animal inferior ataque a otro de especie diferente, si no es con el fin de alimentarse, o que luche contra otro de su misma especie si no es con el objeto de defender su territorio, la hembra, la cría o el alimento. Inclusive, cuando la lucha se presenta su mayor componente es ritual; rito que va en sentido de demostrar cuál es más grande o lucha de aquellos animales viejos o muy jóvenes, así como, animales de sexo diferente y/o ejemplares que se conocen entre sí.
El hombre en situación de violencia
Penetrar a la esencia del fenómeno violencia obliga al uso de una amplia gama de conocimientos que abarca la sociología, antropología, medicina, fisiología, psicología, derecho, psiquiatría, política, educación e incluso ética y urbanismo.
La violencia es un producto del fracaso o de la incapacidad del sujeto para comunicarse de modo adecuado con el otro.
El hombre en situación de violencia se incomunica momentáneamente ("no veía, ni oía nada… no sentí cuando me hirieron, etc."), porque está bajo la determinación de un pathos, la pasión ("Me enfurecí…., me hervía la sangre…, una discusión acalorada").
Demostrar su poderío
En lo más profundo el violento busca imponerse, demostrar su poderío de una vez y por todas, sin fijarse en los valores humanos. Por esto, “cosifica” al otro convirtiéndolo en objeto de odio, sobre el cual se descarga.
La capacidad de perdonar se ve paralizada y se expande la capacidad de resentimiento y odio (odor y odíum tienen la misma raíz lingüística y semántica).
Así como el hombre no puede escapar de los olores, pues tendría que dejar de respirar, tampoco puede escapar del odio y el resentimiento cuando no puede ser-uno-con-los-otros.
Ya el mundo violento está "constituido" al interior del sujeto. Ahora sólo falta una "motivación" para que haga eclosión el segundo tramo histórico: la "violencia constituida". Aquí, el hombre violento vive un presente-presente (temporalidad puntiforme) porque ha perdido el presente-pasado de su biografía y el presente-futuro de su proyecto vital. Entonces se desliga de la dimensión humana de la que procede. Asimismo, ignora sus potencialidades futuras y las de su familia así como las de los demás. Por esta razón, no valora (en la intraviolencia) las consecuencias de sus actos (riesgo personal, desgracia sobre él y los demás, pérdida de la seguridad económica, desmedro de su prestigio, buena fama y honorabilidad).
Por otro lado, se pierden dimensiones y vivencias del espacio. La espacialidad se reduce a un túnel que conduce al "objeto" de odio y violencia. El resto del campo perceptivo desaparece. Por ello, no puede "ver, "oír" o "sentir" a aquellos que le instan a desistir de la violencia.
El propósito del violento es concentrar toda su fuerza destructiva en una descarga breve y definitiva que aniquile al otro y confirme su superioridad como única vía de autoafirmación.
Como se puede observar en las definiciones anteriores, es evidente una confusión, tanto teórica como en el lenguaje coloquial, con respecto a lo que cada palabra significa. Como es sabido, los sistemas simbólicos usados por los individuos en la construcción del significado son sistemas profundamente enraizados en la cultura y su lenguaje, de forma tal que se constituyen en un conjunto comunal de herramientas especiales que convierte a quien los usa en un reflejo de su comunidad.