Lo lograron todo, pero no pueden ser felices. Cómo desarrollar la identidad soñada». «
Lo han logrado todo. Son artífices y dueños de su destino. Se han desarrollado económicamente y cuentan con el reconocimiento social. Pero están insatisfechos. Son… los que perdieron la fe.
En mi tarea como Mentor empresario me encuentro cada vez más frecuentemente con hombres de negocios que parecen haberlo conseguido todo, pero no pueden disfrutar de su éxito.
No pueden ser felices.
Por lo general tienen entre 45 y 55 años y ciertamente han logrado mucho, con enorme mérito personal. Pero comienzan a sentirse incomprendidos. Se pelean con todo el mundo. Tienen días en que se levantan sin una razón para seguir viviendo.
Las respuestas suelen estar dentro de ellos y en la propia historia familiar. ¿Cómo llegaron adónde están? ¿Gracias a quién y en contra de qué? “Los que perdieron la fe” suelen estar entramados entre la identidad heredada de sus padres y la identidad adquirida dentro de la cultura donde se desenvuelven económica, familiar y socialmente.
Inconscientemente, todos cargamos con deseos que nuestros progenitores no pudieron cumplir, como tareas pendientes, más los deseos concientes de ellos que nos fueron modelando (identidad heredada).
Muchos lo hicieron a favor, otros en contra de estas influencias.
Este sistema de valores y creencias fueron desarrollados en un ambiente determinado, que es la sociedad donde nos movemos (identidad adquirida).
Los empresarios de mediana edad a los que nos referimos, tienen ya el éxito económico, familiar y social.
Pero este algo que les falta, eso que no pueden encontrar, es la articulación entre la identidad heredada y la identidad adquirida, este algo que falta es incorporar la identidad soñada.
En la medida que no nos permitamos pensarla y desarrollarla, y vayamos por ella, estaremos limitados para conquistar lo que realmente queremos.
Un industrial que partiendo del oficio de tornero de su padre edificó un gran metalmecánica exportadora, pero en el fondo se sigue sintiendo atado a una herramienta para moldear el hierro, y no se puede pensar estudiando.
Un nieto de inmigrantes que ha logrado su propia empresa luego de tres generaciones de esfuerzo, pero nunca se ha siquiera planteado qué sueña para él, viviendo de la heredad, que es como vivir de prestado. Y sigue la lista…
Hace poco, un siglo apenas, la esperanza de vivir era de 50 años, a los 30 se lograba la madurez afectiva y familiar.
El momento de inflexión, el momento de la crisis se daba a esa temprana edad, pero estos estados de animo apenas se percibían, porque la sociedad estaba organizada con cierta inmovilidad en los roles, funciones y tareas.
Un gerente lo era hasta jubilarse, los matrimonios estaban unidos “hasta que la muerte los separe”, los negocios eran estables, y las cadenas de sucesiones eran fluidas.
Pero en nuestro tiempo, donde las actividades son cada vez más vertiginosas, los negocios cambiantes sin dar respiro, la prolongación de la esperanza de vida se extiende más allá de los 80 años. El cambio de paradigma es muy notable.
Hoy la persona de mediana edad puede y debe adaptarse a los cambios externos, y eso debe ser acompañado y acompasado con cambios internos.
Hecho ya un camino, sin perder lo que se consiguió, ¿por qué abstenerse de encontrar una nueva manera de ser? Una manera propia que tal vez nos llevó la vida hasta aquí el encontrarla.
Las verdaderas apetencias de uno, llevar a cabo los sueños que no se atrevía ni a plantearse. A buscar una nueva forma de ser felices, con un proyecto.
Un proyecto, la palabra tan simple y tan compleja. Puede ser en el orden de lo artístico, los viajes, comenzar a estudiar algo distinto, crear una nueva empresa. Una especie de re-orientación vocacional.
El mensaje para “los que han perdido la fe” es que tienen 30 años por delante para empezar a vivir plenamente. Con su madurez, lo que les queda de vida puede ser su etapa más feliz, mucho más que los anteriores 30 años, que pasaron sin que si dieran cuenta.
La felicidad no es sólo un derecho propio sino un beneficio para la familia. Y si uno puede descubrirse a los 50 o 60, deja además una enseñanza para sus hijos: “Papá pudo cambiar y aprender algo a esta altura de la vida”.
La consecuencia de esa experiencia logra resignificar la figura paterna y vivir con plenitud y prepararse con juventud para la vejez.