Con este artículo iniciamos una serie de reflexiones sobre uno de los temas más confusos e intrincados de nuestra cultura: la agresión, la agresividad y la violencia.
Estamos muy familiarizados con estos términos, tanto que a veces se nos confunden hasta perder la comprensión de cada uno de estos conceptos.
A nivel empresarial, nos resulta bastante común su uso: “este año la firma ha decidido iniciar una campaña agresiva de ventas o de publicidad”.
A nivel escolar, su hijo ha tenido un comportamiento violento frente a la maestra.
La violencia familiar la encontramos en los gritos, descalificaciones, o insultos entre cónyuges, o peor todavía, en retraimientos que pueden durar desde varias horas a varios días.
Trataremos, entonces en esta y otras entregas, dilucidar los términos y poner orden en distinguir la la agresión y la agresividad de la violencia.
Condición humana
La agresión implica el uso de la fuerza. Se trata de una condición con la que el ser humano nace, en tanto forma parte del mundo animal.
Sin embargo, si bien todos los animales tienen a la agresividad como uno de los rasgos necesarios para la supervivencia, sólo el hombre, ha desarrollado la violencia.
Nos surge entonces las preguntas: ¿qué es la violencia? Y ¿en qué se diferencia de la agresividad?
No es un tema fácil para responder pues para penetrar en la esencia de estos conceptos, hace falta pasar revista por una amplia gama de conocimientos que abarca la sociología, antropología, medicina, fisiología, psicología, derecho, psiquiatría, política, educación e incluso ética y urbanismo.
Puede decirse que la violencia es un producto del fracaso o de la incapacidad del sujeto para comunicarse de modo adecuado con el otro.
Una necesidad de salir de la incomunicación violentando el espacio del otro.
Pero también esta necesidad de comunicación genera en la persona violenta conductas inconcientes, pues está bajo el inflijo de una pasión que no puede controlar. Esta pasión lo domina a el, violentándolo a su vez. Es victima y victimario a la vez.
En carne propia
A todos nos ha ocurrido, por lo menos una vez, vivirlo en carne propia, escucharlo o presenciar el que una persona diga: “no veía nada en ese momento, ni sentí nada cuando actué impulsivamente, no tenia noción de lo que me criticaban o del monto de agresion o violencia que ejercía.
El objetivo del violento es imponerse, demostrar su poderío de una vez y por todas. No está en capacidad de pararse en los valores humanos ó la reflexión. Más bien actúa por un acto reflejo donde vuelve al otro un objeto, un objeto de odio, de deseo de que quede subsumido, sometido a su visión o interpretación de la realidad.
En la violencia observamos la falta de justificación (de lo contrario pasaría a ser un acto de legítima defensa), de ahí que el acto violento por si mismo es ilegítimo.
La violencia atenta contra la integridad física, psíquica o moral del otro ser humano en contra de quien llevamos a cabo el acto violento.
Uno se pregunta, a esta altura, si el acto de ejercer violencia es tan irreflexivo, tan pasional que no admite ser pensado antes, como hacer para cambiar, para poder ubicarse en otro contexto, donde no haga falta herir ni violentar a ese otro que a la vez ama.
Primero, es imprescindible reconocer en nosotros que estamos hechos, no solamente de amor, sino también de odio. Hacernos cargo de los montos de odio y agresión de los que somos capaces de tener en nuestros pensamientos y acciones.
La cultura nos haría decir: yo no odio a nadie, no albergo pensamientos violentos, las cosas no me generan rabia, las frustraciones no me vuelven en agresiones contra mi propio cuerpo y psiquis,
Sabemos que todo esto no es verdad.
Sólo integrando estas formas de ser, aceptándonos con esos movimientos internos, propios, auténticos, lograremos dominar a las circunstancias de la violencia y no que la violencia nos domine a nosotros.
Imposible escapar
Así como el hombre no puede escapar de los olores pues tendría que dejar de respirar, tampoco puede escapar del odio y el resentimiento cuando no pude ser-uno-con-los-otros. Y esta sensación de impotencia genera en nosotros: rabia, dolor, angustia que es la energía que terminamos encaminando hacia la agresión o hacia la violencia.
La supervivencia psíquica y su crecimiento no puede realizarse sin que confluyan todas las emociones básicas, reales de un ser humano.
Reconocer que somos bondadosos, compasivos, amorosos nos resulta fácil pero pocos podemos reconocer que parte constitutiva de nuestra naturaleza es ser también agresivos. Pocos reconocemos en la agresión una fuerza que nos impulsa, una fuerza necesaria para nuestra autodefensa y para la consecución de nuestros intereses.
Lo que no se nos dice es que cuando la energía agresiva que todos tenemos no la canalizamos, ésta se acumula. El ejercer cada día una dosis de nuestra energía agresiva, manifestando aquello que nos incomoda, aquello que no nos resulta justo en las distintas relaciones que conforman parte de nuestro entorno, no sólo es sano sino que nos ayuda a mantenernos sanos física y psíquicamente.
Por una parte, evita que implosionemos hacia adentro a través de una úlcera o gastritis que nos vaya perforando. O bien que enfermemos de una colitis que nadie puede parar. Y por otra, nos ayuda a elevar nuestra autoestima a través de actos concretos que reafirman nuestro derecho a existir que tantas veces es lacerado por una cultura que se aparta de la naturaleza humana confundiendo agresión con violencia. Que no necesariamente es natural sino que puede ser inducida, como en el caso de un parto, en donde con el fin de que nazca el bebé se requiere de acciones como el pujar de la madre, acto forzoso inducido pero necesario, es fundamental para el alumbramiento.
Acorde con el Diccionario de la Real Academia Española (2007), el término violencia hace alusión, por una parte, al efecto de violentarse que, a su vez, es estar fuera del estado natural de proceder y, por otra, a actuar con fuerza. Designa fuerza o impetuosidad temperamental, la cual no necesariamente es natural, sino también inducida.
Al hablar de violencia, el Diccionario de la Real Academia Española no es lo aportador que quisiéramos que sea. Nos dice que el violento es alguien que está fuera de su estado natural, que obra con ímpetu o fuerza, y que se dirige a un objetivo con la intención de forzarlo. Dicha fuerza puede ser física ó verbal, puede emplear la amenaza, la persecución o la intimidación como formas de ejercicio del poder, y se va imponiendo como forma para resolver los conflictos
En el Diccionario de la Real Academia Española (2007) se propone que la palabra agresión es el efecto de agredir que, a su vez, hace referencia a acometer contra alguien para matarlo, herirlo o hacerle cualquier daño. La agresión es “una conducta destructiva o punitiva dirigida a una persona u objeto” (Corsini, 1999, p. 29).
Es un fenómeno multifactorial que tiene muchos determinantes y sirve para distintos propósitos. Esta construcción es generalmente definida como una conducta que resulta en un daño personal. Sin embargo, no todos los daños son considerados como agresivos. Para que un act
o sea evaluado como agresivo o no, depende de los juicios subjetivos de intencionalidad y de causalidad.