Éxito versus fracaso

Las fallas del liderazgo, la falta de innovación, la merma de la eficiencia y de la productividad, la imposibilidad de anticiparse a los problemas y darse de frente  con los hechos consumados suelen definir el destino de un negocio. En esta nota, algunas claves para lidiar con los contratiempos.

Desde que el mundo es mundo y el comercio se estableció como fundante de la civilización moderna siempre pasa lo mismo: algunas empresas tienen éxito y otras fracasan. Inferir las razones de esa dinámica es la madre de todas las batallas para cualquiera que tenga un negocio de repuestos, los fabrique o los distribuya. Por lo pronto, ya tiene su dificultad advertir cuál puede ser la vara que mide el éxito al que aspira una organización. En algún caso prevalece la ambición de convertirse en un gran player del rubro; en otro, la de apoyarse en objetivos módicos y puntuales. Hay quienes van detrás de algún reposicionamiento en su segmento y otros que aceptan la sumisión a los intereses de otro emprendimiento. La percepción del éxito difiere según la perspectiva de cada uno. Los objetivos pueden llevarse más o menos mejor con los beneficios y las pérdidas. También pueden variar en el camino. Muchos emprendimientos, en rigor, desaparecen con el tiempo, por ley de vida y los rigores de la competencia.

Sin conservantes

De todos los propósitos imaginados, el común denominador es la producción de ganancias sostenidas durante un buen lapso de tiempo. No es un destino al alcance de la mayoría. La probabilidad de supervivencia de una firma es, en la mayoría de los casos, ínfima. El mercado ha visto caer a más de una empresa consolidada, también a gigantes que flirtearon con tiempos de derroche y se llevaron puesto en su caída los sueños de prosperidad. Las dificultades propias, las crisis económicas o la imposibilidad de leer los signos de la época son contratiempos con los que todas las empresas deben lidiar y a veces sobreviene como resultado la liquidación final. En general, menos de la mitad de las empresas sobreviven más de un lustro y la mayoría, es sabido, desaparecen antes de las cuatro décadas de actividad. El fracaso, por consiguiente, es una variable repetida. Muchos empresarios, aunque no lo admitan en sus entornos, viven cortando clavos, coleccionando temporadas de vacas flacas en su recorrido y cavilando la forma de mantener la sostenibilidad de sus negocios.

Toda una estantería de estudios al uso dan cuenta que las posibilidades de toparse con el fracaso son ilimitadas y que la suerte está echada para unas cuantas empresas cuando deben lidiar con tiempos de contracción del mercado o índices harapientos de la macroeconomía.  

También puede ocurrir que los buenos oficios de un empresario se topan en el camino con un competidor especialmente inspirado, ni hablar de los problemas internos, los errores no forzados, o la mala fe en sus múltiples variantes.

Manual de supervivencia

Más allá de su derrotero individual, las empresas suelen fracasar, preferentemente, por incurrir en patologías comunes: la adopción de un modelo de negocio inapropiado, la falta de un plan de negocio, el capital insuficiente, el exceso de confianza y las malas decisiones empresariales. También las fallas del liderazgo, ser refractario a la innovación, la merma de la eficiencia y de la productividad, la imposibilidad de anticiparse a los problemas y darse la pera con los hechos consumados. Entre las dificultades comunes arrecian lasfallas de los sistemas de controles de alerta, los desaciertos en la administración del éxito, la reacción tardía ante nuevas realidades del mercado, la inacción frente a las crisis y la incapacidad para enmendar un modelo de negocios perimido.

Una de las prácticas que prescribe el management moderno es la valoración de la capacidad para centrar una estrategia, la planificación de su puesta en práctica y la flexibilidad para corregir errores y adaptarse a los intríngulis que depara el mercado.

Reducir daños y aprender de los contratiempos conlleva hacer pruebas hasta dar con la mejor manera de innovar. Considerar, también, la comparecencia del fracaso como parte del camino al éxito. Muchos grandes empresarios besaron la lona antes de convertirse en tales y el camino de los emprendedores está pavimentado de derrumbes.

Cualidades para desarrollar

El Máster Coach Ejecutivo especializado en alta gerencia Daniel Colombo -columnista de la casa- advierte que alcanza el entusiasmo y la motivación para triunfar en los negocios y desterrar la posibilidad del fracaso. “Definitivamente, no, aunque es sumamente importante que no falten esas cualidades y desarrollar otras para conectar más rápidamente con los objetivos a alcanzar”, aclara y enumera la hoja de ruta:

-Capacidad de ver más allá de lo obvio: las personas exitosas visualizan escenarios aún no descubiertos por otros, con alternativas a los caminos convencionales para alcanzarlos.

-Capacidad de resiliencia y tolerancia a la frustración: las personas exitosas han desarrollado una destreza que permiten convertir los fracasos en persistencia resiliente, para reconstruirse más allá de las dificultades.

-Capacidad para detectar oportunidades: en épocas difíciles y caóticas, esta habilidad típica de los exitosos les permite alcanzar un olfato especial para detectar algo nuevo donde los demás se sienten asustados o desconcertados.

-Capacidad de conectar con los demás: las personas exitosas son especialistas en tender redes de contactos, compartir experiencias y nutrirse del intercambio con otros. La curiosidad es su lema.

-Capacidad de innovación permanente: tienen el pensamiento lateral muy desarrollado. Como son inconformistas disfrutan creando alternativas a lo ya conocido en cualquier campo, para abrir nichos de mercado, dar soluciones a nuevos problemas y así desarrollar su espíritu hacedor.

-Capacidad de fortalecerse internamente frente a los desafíos: los exitosos saben que las dificultades son parte del suceso, y se adecúan rápidamente a lo que acontece. Afrontan los retos con entereza y decisión.

-Capacidad de ser flexible ante los cambios: abrazan los cambios con una alquimia compuesta por un razonable optimismo, intuición y conocimiento.

-Capacidad de dirección, organización y productividad: les gusta conducir sus proyectos y enfocarse en la productividad de los procesos. Sostienen una visión y misión que los apasiona y los cautiva, con energía superlativa todo el tiempo.

-Capacidad para tomar riesgos: las personas exitosas aprendieron a tomar riesgos calculados; estudian escenarios alternativos y huyen de la inacción, que los frustra y aburre.

-Capacidad de decidir con rapidez: el exitoso disfruta ejercitando la decisión rápida; le gusta apoyarse en personas con capacidad analítica y contar con datos. Sin embargo, hay un instante de profunda compenetración con su intuición que los suele guiar.

-Capacidad de elección del mejor equipo: como saben que no pueden hacerlo solos -por más que se trabaje en forma independiente-, construyen equipos interdependientes, los lideran y conduce en el camino del éxito. Suele asumir como aprendizajes las equivocaciones que devienen naturalmente hasta dar con las personas apropiadas.

-Capacidad de convertir lo complejo en sencillo: internamente, las personas exitosas tienen la habilidad de simplificar lo complejo del mundo. Las soluciones que proponen sus acciones muchas veces se basan en los caminos que dicta el sentido común que, de tan a la mano, son dejadas de lado por otros. Y allí radica parte de su éxito.

-Capacidad de tener excelentes ideas, y llevarlas a la acción: la acción es el motor que alimenta su vida. Se arriesga; a veces gana, y otras, pierde. Capitaliza sus iniciativas por algún motivo que no siempre es el rédito económico, como puede ser la experiencia y la curiosidad que lo mantiene vivo.

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