El reconocido actor de comedias y telenovelas a nivel nacional e internacional nos cuenta su relación con los vehículos
-Antes de posicionarte en el mundo del espectáculo como una de las principales figuras del cine, la televisión y el teatro representaste a nuestro país como tenista profesional en la Copa Davis de 1966. ¿Por qué te alejaste del deporte para incursionar en el ambiente artístico?
En esa época el tenis era un deporte amateur y, para mí, pagar mis estudios y los entrenamientos significaba un esfuerzo muy grande. Poco a poco, me di cuenta de que en una publicidad ganaba mucho más dinero que vendiendo camisas y libros. En ese tiempo, yo me dedicaba a la venta de diferentes cosas para pagar mis gastos. Y después de mucho esfuerzo y dedicación pude comprar mi primer auto.
-¿Cuál fue?
Mi primer cero kilómetro fue un “Fitito” de la época. Yo viví muchos años en el exterior y regresar a la Argentina me cambió la cabeza. Antes prefería los Mercedes Benz, pero por una cuestión económica y, obviamente por seguridad, en Buenos Aires me siento más cómodo en un Peugeot 206.
-¿Te considerás una persona cuidadosa de su coche?
Generalmente miro adonde lo estaciono, no lo dejo en cualquier lado y si hay un garaje cerca, prefiero estacionarlo ahí. Amo a mi auto, decididamente, pero es el coche el que tiene que vivir para mí y no yo para él. Cuando trabajaba en países como Italia o Estados Unidos los productores me preguntaban qué auto quería y yo siempre les contestaba lo mismo: “Cuatro ruedas, lo que necesito para ir a grabar y volver”.
“Un amigo, a escondidas”
-¿Quién te enseñó a manejar?
Empecé a manejar por una travesura de chicos en un jeep de la década del 60. Un amigo me enseñó a escondidas de mis padres a los 14 años en Pilar. En ese entonces no se acostumbraba que los mayores les enseñaran a conducir a sus hijos, pero yo después les dije la verdad porque teníamos una relación muy buena entre nosotros. Mis padres siempre me decían que ellos no tenían ningún problema si yo no quería ir a la escuela, pero que nunca les mintiera. De hecho, gracias a esta libertad, yo casi nunca faltaba.
Mis compañeros se rateaban y se iban al cine; yo, en cambio, les contaba siempre la verdad.
-¿Cómo reaccionaron tus padres cuando se enteraron que sabías conducir?
Nuestra relación se basaba en la confianza mutua. Simplemente les conté que mi amigo me había enseñado y ellos lo único que me dijeron fue que manejara un kilómetro hacia adentro de la ruta hasta tener experiencia. Algo parecido es lo que sucede con Emiliano, mi hijo. Él nunca necesitó mentir para hacer algo. Es más: cuando salimos me consulta sus cosas y yo le doy mis consejos como padre y amigo.
-Luego de vivir muchos años en países como Estados Unidos e Italia, ¿qué diferencias encontrás en cuanto a la manera de manejar en la Argentina y en el exterior?
Me parece una buena idea que en nuestro país se hayan colocado nuevos medidores de velocidad y se hayan puesto cámaras en las autopistas para advertir y controlar al conductor. En Miami, simplemente por dar un ejemplo, si tenés más de tres infracciones en un lapso menor a dos años te quitan la licencia de conducir y te hacen pagar un montón más de plata por el seguro.
Ellos hacen cálculos de ingresos y gastos anuales, no hacen estimaciones mensuales como hacemos nosotros, y no les gusta pagar si se cometen infracciones. Por ende, se cuidan sí o sí. Además, en Estados Unidos, sin un vehículo no podés ir a trabajar, porque no hay tantos subtes ni medios de transporte como en otros lugares.
-¿Qué debería cambiar en Argentina para que se respeten las leyes de tránsito?
Debería cambiar la mentalidad de los ciudadanos en general. Además, la gente tiene que ser consciente de cómo maneja y en qué estado lo hace. Ni hablar de sentarse al volante alcoholizado… Por otro lado, puede pasar que uno maneje bien, pero la otra persona no. El conductor debe cuidarse no sólo de sí mismo, sino también de los demás, porque no está solo en la calle.
-¿Qué consejos les darías a los lectores a la hora de conducir?
Les diría que se cuiden porque en un segundo se te va la vida… y que piensen bien antes de hacer alguna “cagada”, porque puede ser la última.