En una entrevista única, el popular periodista deportivo toca todos los temas y no se calla. Imperdible.
¿Qué lo apasiona del automovilismo?
La pasión viene de mi familia: mi padre era motorista en aviación. Me encantan los fenómenos físicos y mecánicos que ofrece el automovilismo. Aunque hoy me abruman un poco los milagros aerodinámicos. ¡Cómo un auto aerodinámicamente dobla tan rápido! Me parece fabuloso. Si un Jumbo que pesa unas 350 toneladas, de cola levanta vuelo a menos velocidad que un auto, es una cosa extraordinaria que el auto, que pesa media tonelada, no vuele, y que el Jumbo lo haga a menos velocidad final que un Fórmula 1.
Antes de ser periodista usted fue técnico mecánico…
Sí, porque mi papá quería que yo trabajase de ingeniero aeronáutico. Y como yo tenía unos choques terribles de comunicación con él, un día dejé la facultad para que le diera bronca. Al final empecé a trabajar en el Ingeniero Huergo, daba Tecnología Mecánica y Dibujo Técnico.
Para usted, ¿cuál el piloto más grande de todos los tiempos y por qué?
Juan Manuel Fangio. Porque sumó velocidad con astucia, estrategia con arrojo, reflexión con acopio. Fijate que él ganó en el ’50 en Montecarlo por una publicación que vio unos días antes en una peluquería.
¿Cómo fue eso?
En aquel local había una revista que tenía una foto de 1936 donde en la bajada al mar en aquel tiempo no estaba el túnel. Bajaban directamente por la misma trayectoria y tomaban la costanera, pero en la parte alta, histórica, y eternamente en Montecarlo no se veía la bajada al mar. Y allí habían chocado varios autos. Entonces Fangio vio una foto con los siete autos enroscados y dijo: “Cuando uno está en la parte ciega, arriba, tiene que mirar al cielo, porque si hay choque se ve el humo”. Esto me lo contó Luigi Di Lorenzi, en Monza, en el ’79. Después de esa anécdota, me confesó: “Yo nunca supe cómo Fangio vio en el ’50 el fuego y el humo”. Pero que Fangio le había develado: “En mi tierra, en la Argentina, los indios se comunicaban con señales de humo”. ¡Un genio!
¿Qué característica fundamental rescata de Fangio?
Fue uno de los pocos pilotos que ganaba yendo lo más despacio posible. Cuando vos le preguntabas por qué lo hacía, él te decía: “El adversario nunca tiene que saber cuál es tu límite. Sino te lo contrarresta”.
¿Y a qué otros pilotos admira?
Stirling Moss, aunque no ganó campeonato; Niki Lauda, antes del accidente, y Ayrton Senna.
“Muy imprevisible”
¿Cuál es la categoría de autos que más le gusta ver?
Varias. Antes me gustaba mucho la Fórmula 1, hasta la década del ochenta. También siempre vi Turismo Carretera porque me resulta muy imprevisible.
¿Y por qué le dejó de gustar la Fórmula 1?
Porque hay demasiada ingeniería. Cuando Fangio corría, la responsabilidad del piloto era un 50%. En la era Schumacher, de un 10 a un 15%. Por eso no te nombré a Schumacher entre los pilotos que más admiro. Porque a él, Bridgestone, con un sentido casi lógico, le hacía hasta la goma, La goma no era para Ferrari ni para Barrichello: era para el estilo de Schumacher. Y Barrichello se tenía que avenir a esa goma y poner a punto el auto. Aparte, la escudería cada vez incide más. Como dijo Stirling Moss: “Quitaría alas, angostaría las gomas…”.
Entonces, ¿cuál fue para usted la última etapa apasionante que tuvo la Fórmula 1?
Sucedió a principios de la década del setenta, con la Ferrari 312B. Ése fue el último auto en el que el piloto dependía más de la conducción que del ala. La aerodinamia le ganó a la motricidad.
“Problemas financieros”
¿Cómo era el automovilismo antes y cómo es el de ahora?
Me parece más un fenómeno del mercado golpeado por las crisis financieras. Henry Ford soñó, creó y perfeccionó el montaje en serie de su famoso modelo Ford T. Nunca imaginó que los problemas financieros del mundo iban a golpear mecánicamente lo que él intuyó como una cosa infalible.
Por lo que dice, usted se queda con el automovilismo de antes…
Sí. Me gusta la era romántica del automovilismo que fue hasta la Segunda Guerra Mundial. Y lentamente, con los años, agarramos para el lado de la guita, y la guita siempre es para pocos. En este mundo son los menos los que hacen guita… y con el laburo de los demás.
¿Recuerda alguna anécdota divertida dentro del automovilismo?
Fue trágica, en realidad, aunque hoy quizá me parece divertida, más que nada por la confusión. En el ’78, yo trabajaba para La Razón y era la primera vez que cubria Monza. Cuando se mató Peterson, a la derecha había fuego, le echaban la culpa a Patrese, los carabineros soltaban los perros, los periodistas invadían la grilla. Y por otro lado te decían: “Desapareció Reutemann”. Y él se había escapado por el costado izquierdo. Sobre el pasto. Cuando intuyó lo que iba a pasar por la derecha, se fue por la izquierda. Pensé que Carlos también había quedado atrapado. Fue terrible. Y a la noche, la tristeza: nos enteramos de que en el hospital se moría Peterson.
Hablando de accidentes, ¿cuál fue el que más lo afectó?
Me pareció pavoroso lo de Le Mans. Cuando Fangio escapó a la Aston Martin de MacLean tan cerca que cuando lo pararon (porque Mercedes paró los autos), lo retiraron de la pista. Cuando pararon en el costado izquierdo de la Mercedes cargada de Fangio había color verde, era la pintura del Aston Martin de MacLean, un piloto que manejaba ese auto. A unos 300 metros venía Pierre Le Bec con la otra Mercedes y le pegó a MacLean en la parte trasera, donde esquivó a Fangio, se catapultó, cayó en el público y mató a decenas de personas. Fue la tragedia más grande, como si uno bomba estallara en medio de la tribuna.
¿En qué cosas el automovilismo es mejor a otros deportes?
Es que tiene tolerancia en un límite: porque en la mecánica y en la técnica existe una tolerancia. Es como la vida, hay que ser tolerante hasta un límite. El automovilismo tiene un calibre fijo que te marca: no pasa, no pasa. Hace poco se dio en el TC que me querían convencer que el cigüeñal podía medir más, pero no podía medir menos. Y dije: si puede medir más tiene que medir menos, sino no existiría el coeficiente de elasticidad que tiene todo cuerpo. Para eso es necesario haber ido a la escuela, y yo se lo decía a mucha gente que no pudo estudiar.
“¡No le gustó nada!”
¿Cuáles son las diferencias principales entre los pilotos de antes y los de a
hora?
¡Cada vez son más maricones! (Risas). Se lo dije a Ledesma cuando salió campeón en 2007. “¿Cuántas carreras corriste, Christian?”. “16”, me respondió. Entonces, le conté: “Sabés que sumando los kilómetros que hiciste en 16 carreras sólo corriste una etapa de aquellos grandes premios que corrían Fangio, Gálvez…”. Antes iban hasta Jujuy, 2.000 kilómetros, ahora corren carreras de 120 kilómetros cada una. Si multiplicás 120 por 16 te va a dar una etapa.
¿Y qué le contestó Ledesma?
¡No le gusto nada lo que le dije! (Risas).
¿Quién es el piloto más divertido que haya conocido?
Regazzoni.
¿Qué tres carreras le parecieron memorables?
Yo no la vi, pero por todo lo que leí: lo que gana Fangio en el Ring en el ’57. La que sí vi fue en Monza cuando entraron cinco autos en un segundo, creo que en el ’67. También me pareció genial la definición del Gran Premio de Austria en 1982, que ganó Elio de Angelis (Lotus) a Keke Rosberg (Williams) por cinco centésimas. Increíble. Les sacaron una vuelta a todos.
¿Cuáles son los mejores pilotos en la actualidad o que tienen más proyección?
Sebastián Vettel es buenísimo, pero espero que no sea tan avaro como Schumacher. Yo admiro a los alemanes. Son muy trabajadores. También quiero ver a Kobayashi, a ver si por fin Japón da un piloto. Y en la Argentina, Pechito López es muy bueno, también está Rossi, aunque ya envejeció, se convenció de que tiene que ganar el dinero acá.
¿Y por qué semejante decisión por parte de él?
Es que el mercado argentino es tan chico y con tan poca mira de exportación, que antes un piloto a los 28 se convencía de que Europa era una quimera y se quedaba acá. Ahora a los 20… mirá el pibe Canapino… está asumido que tiene que vivir acá, porque la situación te come.
“Páseme a Deportes, por favor”
¿Qué tiene que saber un periodista de automovilismo?
No sé, yo no soy un periodista de automovilismo. Yo empecé haciendo política en La Razón, del ’65 al ’73. Y para ver un peso más los fines de semana empecé a escribir algún comentario de fútbol. Y también iba a cubrir a Ezeiza cuando llegaban los pilotos de Fórmula 1. La Razón hacía siempre las notas con Niki Lauda, con Mario Andretti, con Stewart, y como yo me doy maña con tres o cuatro idiomas, me mandaban a mí. Pero en la semana escribía Urbanismo y Política.
¿Cuándo dejó de hacer política para dedicase a los deportes?
Cuando me tocó cubrir en Ezeiza el no arribo de Perón. El avión no aterrizó. Y ví cómo se mataban la izquierda y la derecha. No es que yo abogue por la izquierda, pero me pareció socialmente una cosa inútil. Entonces volví al diario y le dije a Félix Laiño, nuestro secretario general: “Páseme a sección Deportes, por favor”.]]>