Una de las primeras cosas que recibimos al nacer es un nombre (que por razones obvias no elegimos) y el o los apellidos (dependiendo de diferentes casos).
Si bien a lo largo de la vida decidimos utilizar otro con el que nos sentimos más cómodos, o un apodo, es el nombre lo que nos identifica frente al resto de las personas. Ciertamente puede suceder que nuestro nombre sea más o menos común, pero habrá mas personas que porten uno como el nuestro.
Pero, el nombre que podemos poner a un producto que fabricamos o comercializamos, puede ser único en el mundo, ya que se registra a nivel local o internacional, y nadie más que nosotros, sus propietarios, podemos utilizar.
Esto de la “marca” es lo que nos acerca (o aleja) al elegir un producto. Si es muy conocida, ello nos brinda una presunción o certeza de un producto que cumple ciertos estándares de calidad.
Por supuesto, luego aparecen los diferentes estadios de las marcas, en relación a un mismo producto. Esto se refiere a productos más lujosos, o sofisticados, o exclusivos.
Los autos, por ejemplo. Para generalizar, todos tienen cuatro ruedas y queman nafta. Pero TESLA, la más nueva de las automotrices, tiene un valor de bolsa que supera a casi todas las demás, juntas. Pero vende muchos menos autos que las demás.
El motivo de esa valorización (más allá de lo especulativo) se debe a que es disruptiva, innovadora, y que obligó a las demás a cambiar su enfoque del negocio.
Obviamente, esto que comentamos no resulta aplicable a cada producto que se puede cruzar en nuestras vidas.
Pero, es aplicable el concepto como un disparador. Piense en una parrilla de suspensión. Es una de las piezas clave de seguridad en el automóvil. Escriba “parrilla de suspensión” en un buscador de internet. La primera página de respuestas le exhibirá ofertas de sitios de compra, opciones para diferentes modelos de autos, casas de repuestos.
Pero ninguna MARCA.
¿No es para pensarlo?
Hasta la próxima,
Natalio Borowicz
Director Revista Aftermarket
