El autor analiza la consulta más recurrente entre los empresarios que desean delegar tareas y responsabilidades en sus hijos.
Durante mis presentaciones, aquí en Argentina o en Europa, me encuentro con una consulta recurrente: “Quiero que mi hijo me suceda, no sé cómo hacer para motivarlo”.
En realidad, lo que me están diciendo sin tener conciencia de ello, es que quieren a toda costa endilgarle la empresa a un hijo que no tiene el mínimo interés en hacerse cargo de ella. O por lo menos no tiene interés en recibirla entregada con prepotencia, aunque esta prepotencia esté disfrazada de sentido común.
Es habitual oír la frase: “Si no seguís con esta Empresa, mi esfuerzo por crearla y mantenerla fueron inútiles”. Son palabras que encubren un mandato culposo, una chicana.
En realidad, para estos empresarios que consultan, la palabra sucesión significa traspaso. Y la palabra “motivado” significa “que acepte todas las condiciones que voy a poner”.
En publicaciones anteriores fui muy claro en el concepto de que para que haya una sucesión orgánica, el que esta decidido a nombrar un sucesor debe estar dispuesto a delegar y el sucesor debe querer ocupar un lugar.
Para organizar una sucesión, se requiere la voluntad de dos, y mucho tiempo antes debe comenzarse una transmisión natural de valores y oficio, para que el sucesor pueda asimilarlo, pasarlo por sus propio tamiz y agregarle lo suyo creativamente. No como un títere, sino con libre albedrío.
La sucesión es la resultante de una escolaridad dentro de la empresa, donde hay muchas materias, pero dos de ellas son básicas: la educación y el entrenamiento.
El entrenamiento puede hacerse fuera de la empresa, pero la educación y la cultura de la empresa, es deber del Empresario de transmitir. Por supuesto que no es fácil, porque no hay escuelas para darle a conocer valores a los hijos. La vida va desarrollando esta aptitud, y esto se da en el seno familiar y, por extensión, a la empresa.
Quienes de buenas a primeras tienen dificultades con la asimilación y adaptación de uno o más hijos a la empresa, y termina lamentándose por ello, es porque estuvieron muy distraídos de ocuparse de esta parte de la educación, tal vez haciendo crecer la empresa, tal vez con desafíos por salir adelante, tal vez peleando con sus propias dificultades o sus propias limitaciones.
A veces, es la resultante de falta de límites y fronteras, donde hay quienes piensan que sus hijos son en cuerpo y alma una parte de ellos mismos. Esta forma de pensar es mayoritaria en aquellos con los cuales sus hijos ya trabajan juntos. No pueden discernir que existe el otro, hijo o esposa o empleados. Todos son una parte de él mismo.
Cuando llegan a mi consulta, la pregunta de rigor es:
-¿Tu hijo es tu mano derecha?
-Sí, afirman.
-Entonces vamos mal, les respondo, porque si es tu mano derecha, a tu mano derecha podrás ordenarle que suba, que baje, que mueva los dedos, que rasque tu rodilla. Hará obedientemente todo lo que desees. Distinto es cuando tu hijo es otro. ¡No es una parte tuya! Con su propia mano derecha, en tal caso, tendrás a tu lado y trabajando con vos a una persona íntegra, con un cerebro que piensa, ojos que ven, movilidad propia para no duplicar funciones, para desarrollar la creatividad acorde al tiempo que le tocó nacer.
Existen también aquellos empresarios, que no sólo permitieron, sino que alentaron a sus hijos a estudiar carreras acordes a su vocación, pero que llegada la hora de organizar la sucesión, pierden la paciencia, quieren apurar los tiempos y reclaman que lo invertido en la educación del hijo sea devuelta en forma de preocupación por la empresa.
A algunos les resulta intolerable ver a sus hijos en casa, y buscan a toda costa ponerlos en un lugar visible en la empresa, y esto no siempre va en consonancia con las necesidades de nadie: ni del hijo, ni de él, ni de la misma empresa.
Volviendo entonces a nuestro punto de partida: qué importante es discernir sucesión de capricho y motivación de sumisión. Sólo ubicándonos en las reales necesidades del empresario, del hijo y de la empresa, podremos organizar ese todo armónico que es una sucesión.
Seguramente alejaremos el fantasma “de obrero a obrero en tres generaciones”.